La LGBTfobia surge, como todas las fobias, del miedo a lo diferente. “Lo diferente” no es “lo diverso”. Lo diverso es asumir las características intrínsecas a cada cuerpo o individuo en su pluralidad sin establecer ninguna jerarquía. Sin embargo, pensar en “lo diferente” implica asumir que hay algo normal y que eso que dicta la norma es lo natural, lo justo y lo bueno mientras que lo que se sale de esquema es lo aberrante, lo monstruoso, lo antinatural y lo maligno.
La norma de lo sexual y la sexualidad ha creado un ideal de cuerpos heterosexuales y generonormados que se construye desde la infancia al grito de ¡¿Es que nadie piensa en los niños?! Esos “niños” a los que se alude desde el escándalo de los peligros de la perversión que supuestamente ejerce el colectivo LGTBI+ no existen, son solo la proyección de todos los fantasmas de la heteronomatividad que tratan de naturalizar la norma de los adultos reclamando cualidades diferentes al niño y a la niña (el niñe ni se contempla) y modelando sus gestos y cuerpos en pos de la feminidad, la masculinidad y la heterosexualidad. Lo que se protege no es por tanto al niño sino las normas sexuales y de género que los adultos ya han interiorizado y que consideran lo normal frente a lo perverso.
Pero, por seguir con la misma lógica del escándalo, parafraseando a Preciado ¿Es que nadie piensa en lxs niñxs queer? También lxs niñxs homosexuales, trans, intersexuales, etc. merecen que pensemos en ellos y respetemos su derecho a existir fuera de la norma. Más de la mitad de los, las y les adolescentes homosexuales y trans confiesan haber sufrido agresiones físicas o psicológicas en el colegio. Se nos quiere hacer creer que los colegios son lugares en los que el género y la sexualidad no tienen cabida, como si niñxs y adolescentes fueran ángeles asexuados y asexuales. Sin embargo, en los institutos el insulto más común entre los chicos es “maricón” mientras que para las chicas es “puta”. Esto es un indicativo de la importancia de lo sexual en los colegios y nos da una pista sobre con qué parámetros ven el mundo los jóvenes y qué es lo que la norma castiga: todo lo que se salga los límites que el binarismo de género le haya impuesto. A la norma no le gusta la ambigüedad, quiere un mundo de valientes machotes y sumisas damiselas que formen familias heterosexuales y castiga a todo el que se salga de este relato, y, por contagio, al que lo defienda.
El famoso término “salir del armario” es reivindicar el derecho a una existencia fuera de la norma, aunque la necesidad misma de esta reivindicación sigue presuponiendo la autoridad de esa norma. Pero esa presunción es cuestión de supervivencia ¿Como podría un adolescente, aun dependiente de sus tutores, denunciar que es acosado por pertenecer al colectivo sin salir del armario? En efecto, no puede, no está en posición de reivindicar la legitimidad de su existencia. La autoridad de la norma condiciona las posibilidades de reivindicación de nuestro derecho a existir; en este país puede una perder su trabajo por salir del armario, en otros, puede incluso hasta perder la vida. Pero la autoridad de la norma cishetero no es legítima. Las personas LGTBI+ tenemos derecho propio a existir sin victimismos, no somos la otredad con la que la norma pueda reafirmarse, nuestro lugar en el mundo es legítimo por si mismo y no necesitamos que nos perdonen la vida y nos cedan un hueco en la sociedad por compasión porque ese espacio es nuestro por derecho.
Tampoco las cosas son fáciles para quien participa de la norma, a veces faltan las claves para comprender realidades que nos quedan lejos, pero no por lejanas son inexistentes. Dar por hecho que todo el mundo es cishetero es como dar por hecho que todo el mundo es blanco, payo, católico, de clase media, con padres, hablante de tu lengua materna… es en definitiva no saber salirse de uno mismo y no poder ver la diversidad del mundo. Que te parezca muy bien que “ellos celebren sus fiestas, pero que no colapsen la ciudad” remarcando enfáticamente ese ellos para que nadie pueda confundirte con alguna letra del colectivo es negar el espacio de lo que existe fuera de la norma, es crear dos bandos: nosotros los normales y ellos los invertidos. Esos que nadie sabe quienes son, que no tienen nombre, ni rostro, que son una excepción, una otredad, simplemente un concepto con el que seguir reafirmando la hegemonía de la norma.
Una cosa es hacer las cosas mal por ignorancia y otra, muy diferente, por miedo u odio. La ignorancia, la torpeza y la disensión son tolerables, incluidas afirmaciones hechas sin tener en cuenta los términos de lo políticamente correcto o preguntas curiosas fuera de lugar aunque resulten ofensivas, el odio no, la ofensa no es un daño colateral del odio, es su objetivo principal. El odio no desconoce otras realidades, quiere destruirlas.
Dejando a un lado los casos de odio sobradamente conocidos me gustaría incidir en los peligros del miedo. El miedo es algo muy humano y no puede culpabilizarse a nadie por actuar bajo su influencia, pero tiene repercusiones terribles.Tener miedo a defender a alguien porque tu integridad física corre peligro es comprensible, tener miedo a defender a quien está sufriendo un ataque homófobo por miedo a que ser considerado homosexual presupone que ser considerado homosexual es malo, y este pequeño matiz supone un enorme abismo, es síntoma del miedo que acompaña a ser clasificado como uno de los nuestros, es síntoma del largo camino que nos queda por recorrer para dejar de ser una otredad. Pero a fin de cuentas es comprensible, nosotros, los anormales, hemos aprendido a construir nuestra subjetividad desde el insulto, nos hemos apropiado de las palabras hirientes y con ellas hemos cosido nuestras banderas, pero a los que las normas les iban bien no han tenido que pasar por ese proceso, aun no han aprendido a resistir.
Dicho esto, me gustaría remarcar que lxs que vivimos fuera de la norma no necesitamos ser defendidxs ni toleradxs, no necesitamos de la compasión de la norma cishetero, necesitamos que se nos respete, que la norma deje de actuar violentamente contra nosotrxs. No somos víctimas ni somos héroes, simplemente vivimos como podemos, como todo el mundo, y cuando no tenemos referencias de como actuar en ciertas situaciones tenemos que inventarnos según se nos va ocurriendo. Por tanto, no se trata de normalizar, sino de aceptar la diversidad, de asumir que no hay “normales” y “diferentes” sino que la realidad es diversa. No reivindicamos un simulacro de vida cisheteronormativa reivindicamos la posibilidad de poder inventar como vivir.
Aprender a ver, crear y respetar la diversidad es un proceso que lleva toda la vida. Las escuelas no son solo un lugar de aprendizaje de contenidos son también el lugar donde se construye la subjetividad y si no queremos que los colegios se conviertan en una fábrica de dicotomías que distingan entre “normales frente a anormales” diferenciando entre “machos y maricas”, “guapas e infollables”, “listos y retrasados” es de especial relevancia hacer una escuela verdaderamente inclusiva, que respete la diversidad. Una diversidad que no es sino el reflejo de la diversidad social. No se trata de dar rienda suelta a las condescendientes utopías de escuelas supuestamente inclusivas que presuponen un “tolerar al diferente” o “adaptar al anormal” sino de desnormalizar las escuelas introduciendo heterogeneidad y creatividad. De crear una educación que ponga más énfasis en la singularidad de cada alumno y en la posibilidad de potenciar múltiples procesos de subjetivación que en preservar la normalidad.
ERIKA